El Estanque

Cuando escribí ésto, se lo di a leer a mi hijo mayor, tenía once años. Le pedí su parecer y me contestó: - “Este cuento es para mayores”. Me quedé desconcertado.

 EL ESTANQUE 

Entre las montañas de aquel país había un caserón grande, robusto, lleno de ventanas que lo abrían al paisaje y por las que penetraba el sol iluminando con generosidad sus salas y a sus moradores. Este edificio estaba dedicado a la docencia y en él pasaban temporadas muchos jóvenes desarrollando facetas que les enriquecían y preparaban para la vida.

 Crispín era uno de los niños de aquel centro. Ya había estado en otras ocasiones y cada vez aprendía cosas nuevas, de las actividades programadas, de sus compañer@s de clase y también de sus correrías por los alrededores. Le gustaba caminar por los bosques, disfrutar de la naturaleza y descubrir sus rincones. En ocasiones se había tropezado con ejemplares de la fauna silvestre, que sorprendidos como él, huían rápidamente. Sobre todo disfrutaba con los pájaros, más fáciles de observar, en mayor número y variedad.

-         “¡Si fuera pájaro!...”

Sus ensoñaciones le llevaban al futuro

-         “Haré, iré, seré…, pero, no puedo, es difícil, cuando sea grande, ya veremos…”

No era muy consciente, pero sus miedos le encorsetaban no dejándole disfrutar plenamente del momento y poniendo límites a sus posibilidades.

Un día oyó hablar de un hada que moraba en uno de los bosques que en ocasiones visitaba. Como decían que aclaraba dudas, salió decidido a encontrarla.

Al llegar a un claro su intuición le dijo que podría estar cerca de su meta. Tenía una fragancia y luminosidad especiales, había muchas flores y una senda bien marcada que conducía al lugar donde quizá moraba. En una hornacina de musgo, había una bandeja de plata y un cestillo cubierto por un pañito de ganchillo con adornos florales y cabezas de cisnes. Al lado, instrucciones.

Dejó en el cestillo la ofrenda y sobre la bandeja, el papel con el mensaje para que le dijera qué iba a hacer cuando fuera grande.

A los pocos días, cuando pudo regresar al lugar, sólo estaba la bandeja de plata y sobre ella un papel enrollado con una cinta rosa, que primorosamente enlazada lo sujetaba. En la parte superior unos pétalos dispuestos con maestría semejaban una mariposa volando sobre un fino arco iris; parecía observar simultáneamente al lector y a la lectura. Al desenrollarlo, un poco ávido de información, las letras se presentaban con una caligrafía redondeada y uniforme sobre un fondo verde suave. El mensaje era claro y directo:

-         Tu camino está trazado y bien definido, pero te encuentras con fuerzas mayores con las que tendrás que luchar y están dentro de ti. Me estoy refiriendo a tus miedos, ellos frenan tu camino de luz. Tus miedos están ahí para hacer su papel con los del otro lado. Debes pedir a tu Ángel de la Guarda y al Ángel del Camino que te abra todos los frentes para que no luches sólo y puedas desarrollar tu misión en este plano”.


La sorpresa con mezcla de desconcierto, se reflejaba en la cara de Crispín. Por un momento le pareció que la mariposa de adorno sonreía desde su ángulo de papel. Al mirarla con más atención se sobresaltó, por la belleza y resplandor que empezó a emitir al tiempo que salía volando. ¡Era el HADA! Se había camuflado en el dibujo para observar divertida al tiempo que corroboraba con su presencia el contenido del escrito. En el delicado papel había quedado su silueta apoyada en el arco iris, su luz había impregnado el papel cambiando ligeramente el color del mismo en esa zona.

 Nuestro protagonista, se creía valiente y lo era para muchas cosas, pero estos miedos estaban ahí, agazapados en el día a día, sin saberlo siquiera, parasitándole y frenando su crecimiento. Ahora comprendía que parte de las ensoñaciones eran una forma de huir de esta realidad que le preparaba para futuros viajes y trabajos.

 Tenía información nueva y debía aprovecharla. Pidió a su Ángel de la Guarda y al Ángel del Camino le ayudaran a encontrar sus miedos. Salió al día siguiente como siempre con lo puesto, pues sus excursiones eran de un par de horas y con la confianza y la convicción de quien va bien guiado y bien acompañado.

 Comenzó a caminar con decisión y pronto, casi inesperadamente, se dio de bruces con un pequeño estanque. Había llegado a él de manera fácil, por un lugar que ni tan siquiera tenía senda, sin embargo de cómodo paso. Comprendió que el Ángel del Camino lo había ido orientando, con tanta suavidad que ni se había dado cuenta que lo guiaba. Había estado por el lugar en otras ocasiones que buscaba fresas silvestres o setas, e incluso se había refrescado o bebido en ese estanque. Estaba claro que ahí quizá encontrara alguna pista. De pronto le llamó la atención las rugosidades de un tronco, que combinadas con hojas caídas, parecían formar una frase. Sólo un buen observador habría reparado en ello. Miró con detenimiento el tronco en el que se podía leer: “De Crispín”.

Ahora comprendía que era el Ángel de la Guarda quien le estaba dando una pista nueva.

 Después de desvestirse con rapidez, se sumergió en el agua descubriendo enseguida, arrebujados en una especie de cordel de algas, unas sombras que parecían moverse e incluso subir a su encuentro de forma dubitativa. Describir lo que veía nuestro protagonista no era fácil; estaba acostumbrado a la gran variedad de insectos o larvas que en ocasiones había observado en la madera en descomposición. Eran blanditos, de tonos grises, de límites redondeados y poco concretos, de aspecto triste, se apelotonaban y empujaban para avanzar dos impulsos y retroceder uno, teniendo una habilidad especial para colocarse detrás de los otros con rápidos giros de su cuerpo. No eran numerosos, quizá dos o tres claramente definidos y otros en formación, no estaba claro ni por el lugar donde estaban ni por su misma naturaleza.

Crispín los cogió con delicadeza para subirlos a la superficie, se apretaban contra el hueco de su mano mientras sin saberlo le hacían cosquillas en la palma. Cuando en la superficie los pudo ver en detalle, tan indefensos… los miró con ternura, al fin y al cabo eran algo suyo y a pesar de no ser muy grandes se habían nutrido con su energía, con la que no usaba o con la que una vez activada, era recortada por ellos retardando la llegada a sus diferentes metas. Los observó breves momentos mientras les mandaba una mirada amorosa, recordando lo que le había dicho el hada: “están ahí para hacer su papel”. Inmediatamente se empezaron a transformar, iluminándose primero al tiempo que se volvían transparentes.  Estallaron en un colorido conjunto de chispas doradas, como si de una bengala festiva y silenciosa se tratara. Por un momento Crispín, el estanque y aquel rincón del bosque se iluminaron, convirtiendo el momento y el lugar en una experiencia poética que nuestro protagonista no olvidaría.

 Se vistió con la misma celeridad con que se había quitado la ropa, pero con más alegría. Se sentía lleno de energía y con más lucidez. Estaba ávido de regresar al caserón con sus compañer@s, no tanto para narrar su experiencia como para vivir la liberación. A partir de ahora seguro que alcanzaba sus metas con más facilidad, pensó que si así no sucedía, tendría que revisar su estanque para ver si algún miedo estaba en formación. Partió feliz y su alegría le hacía ver todo más luminoso y colorido.

 Volvería más veces a su estanque a explorar y aprender. 

1 y 2 de agosto de 2005

Retocado en enero de 2022 

Álvaro


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