El árbol de la memoria

 

El árbol de la memoria

Descendía el camino sinuoso entre paredes de huertos hacia la fuente y el lavadero. El piso había sido de calzada y por ahí habían bajado y subido las caballerías al abrevadero y las mujeres con sus canastos de ropa, sucia en una dirección y limpia al regreso. Al ir cambiando los usos y costumbres, fueron desapareciendo las caballerías y las mujeres dejaron de subir y bajar semanalmente. Las piedras del camino se fueron recubriendo de hierba y las de las paredes que lo delimitaban, de musgo.

Un regato no muy caudaloso daba salida al agua de la fuente y las escorrentías del lugar hacia el río bajo el pueblo. Un puentecillo artesanal de aspecto precario pero sólido, daba paso a la zona habilitada para nosotros, los niños.

Era un espacio no muy nivelado entre una carreterita, el lavadero y los huertos. Fresnos, arces y algunos chopos, acompañaban a un descolorido tobogán y dos inseguros columpios. Ese era nuestro reino temporal, sobre todo en las épocas veraniegas. Nuestros juegos más habituales estaban relacionados con la construcción de un castillo, navegar veleros en el lavadero o el más habitual, jugar al escondite. Los menos soñadores llamaban caseta de ramas al primero, cortezas de pino con trapos a los siguientes y montones de hojas que ayudaban un poco a camuflarse.

En una ocasión fui a esconderme en el interior de un viejo fresno. A través de un cortado que tenía en un lateral, accedí a él. Estaba oscuro y se percibía un ambiente húmedo con olor a hongos. FOTO

Estando ahí sentía cierta aprensión por si hubiera hormigas o alguna araña que al invadir su espacio, se sintiera obligada a moverse y pasara sobre mis brazos desnudos. El ruido de las carreras del resto de chicos y las voces quedaron atenuadas. De pronto una voz grave e inesperada sonando en el interior del árbol me sorprendió:

- “¿Qué haces ahí?, ¿por qué has entrado aquí?”.

Mis ojos aún no habituados a esa penumbra, buscaban al autor de las preguntas. Contesté algo inquieto y en tono quedo:

-“Me escondo, no sabía que esto era la casa de alguien. ¿Quién eres?”.

-”¿Quién eres, quién eres?, los humanos tenéis la mala costumbre de invadir todos los espacios, como si todo fuera vuestro, y ¡NO!. Hay que pedir permiso, por lo menos mentalmente”.

-“La primera vez que oigo lo de pedir permiso a un árbol. ¿Y cómo sabes que no lo he hecho mentalmente?”.

-“¡Anda! y encima se pone chulito. Te estoy hablando mentalmente, los otros no me oyen”.

-“Bueno, no te enfades, perdona. ¿Me dejas seguir aquí?”.

-“Te dejo, pero ya sabes, a partir de ahora a ser más respetuoso, con los árboles las plantas y con la Naturaleza en general”.

Parece que se le estaba pasando el enfado por lo que me atreví a seguir preguntando, ahora mentalmente, para probar:-“¿Cómo te llamas?”.

Hubo un silencio que me hizo dudar de que mi mensaje hubiera llegado a su destino:-“Para probar. JA JA, parece que desconfías. Mi silencio también era para probarte. Los vecinos del lugar me llaman Fresno, puedes llamarme así”.

-“Bien Fresno, otros árboles no tienen huecos, tú ¿por qué tienes?”.

-“Mira, los árboles tienen su recorrido vital, el clima, los animales, los hombres, actúan sobre nosotros. En mi caso me cayó un rayo y partió una gran rama, abriendo una brecha en mi tronco. Con los años he ido cauterizando la herida aunque no he conseguido cerrarla de todo”.

-“¿Tienes muchos años?”.

-“El tiempo para nosotros no es relevante, pero tengo el recuerdo de más de doscientas veces brotaron mis hojas en primavera y las dejé caer en otoño. Por aquí han pasado muchos niños, pero también soldados armados, ovejas con su pastor, peregrinos y hasta alguna pareja de enamorados que marcaban sus iniciales en algún tronco de corteza más lisa. Y tú ¿cuántos años tienes?”.

-“Ya tengo casi seis”.

-“Bien, bien. Y ¿cuál es tu propósito de vida, qué quieres ser de mayor?”.

-“Aún no lo sé. Cuando sea mayor quiero ser muy fuerte y curar a las personas o por lo menos ayudarlas o que aprendan a curarse. No sé”.

-“Eso está bien. La fuerza no se improvisa, se desarrolla y cuando está integrada sale de forma espontánea para ser usada. Veo en tu energía que tu propósito es traer luz sanadora divina y amor a este mundo.  Todas las experiencias que tendrás en tu vida te harán fuerte y valiente. Tendrás batallas”.

-“¿Quieres decir que iré a la guerra?”.

-“No, no necesariamente. Lo que quiero decir es que las batallas más importantes son con uno mismo. Las dificultades que te provocan los demás, sólo son reflejo de situaciones interiores que hay que desbloquear. Pero no temas al futuro, el propósito de tu vida te apoya totalmente.  Tendrás que pasar por procesos de soledad para abrir los ojos. La soledad ayuda a abrir los ojos”.

-“No acabo de entender todo lo que me cuentas. Y tú, ¿cómo sabes todo esto?”.

-“Ya te he dicho antes que he visto mucho en mis más de doscientas primaveras. Además guardo en mi madera el conocimiento que me han transmitido otros árboles”.

-“¿Te lo han contado?”.

-“Nosotros no nos contamos las cosas como las personas, pero sí intercambiamos información a través de las raíces o con ayuda del viento. En fin, usamos otros medios”.

-“¿Sabes una cosa?, mi padre me contó un suceso que le ocurrió a él. Un verano recogiendo la fruta de un ciruelero, se le ocurrió podar el árbol aprovechando que tenía la escalera y estaba subido en él. Por la noche soñó que árboles de distintos tipos avanzaban hacia él amenazantes. Iban sin hojas y tenían cara de muy enfadados. Mi padre lo entendió y por la mañana fue al árbol a pedirle perdón y a decirle que no se repetiría con ningún otro.”

-“Claro, claro. Hay un tiempo para podar y otro para recoger la fruta. Ya había oído ese suceso, lo que no imaginaba que iba a conocer a su hijo”.

-“Oye, voy a salir que el que me busca está lejos y así me salvo en el juego”.

-“Un momento, ¿cómo te sientes?

-“No sé, bien. Quizá mejor que antes”

-“Por eso te lo digo, habiendo estado un tiempo dentro de mi energía, la tuya se ha equilibrado. No es necesario estar dentro de un árbol, la energía se equilibra también abrazando a un árbol”.

Salí disparado para “tocar chufa”(1)

-“Por mí y por todos mis compañeros; por mí el primero”.

Luego, como me resultaba difícil y largo explicarles lo que me había contado el árbol, les propuse ver cuántos niños éramos necesarios para rodear el árbol cogidos de las manos. Hicimos falta cuatro niños y aún nos faltaba un trocito.

Por la noche soñé con el Fresno. Mostraba un corazón grande bondadoso y lleno de luz y me aplaudía. Agradecí las enseñanzas y por supuesto que se me manifestara tan radiante.

(1): Lugar donde el que “la paga”, cuenta mientras los demás se esconden.

          Álvaro

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