El Mensajero del Aire - II

 

EL MENSAJERO DEL AIRE - II

“Pensando, pensando, - seguía Silverio - empecé a entender que demasiadas cosas en mi vida estaban relacionadas con este elemento, pero era la primera vez que oía hablar del “Espíritu del Aire”. Busqué un sitio tranquilo en un parque próximo y hallé un lugar frondoso y discreto para reflexionar sobre aquellas palabras. Me acomodé apoyado en un árbol y cerré mis ojos intentando calmar mi mente y relajar mi cuerpo. No habrían pasado muchos minutos cuando una ligera brisa me hizo estremecer; abrí los ojos con la sensación de que había alguien más.

– Ahí estaba, mirándome. No sabía cómo se había manifestado ni por qué.

No podía decir que estaba plantado ni tan siquiera parado, ya que su cualidad intrínseca era el movimiento y se presentaba con una leve ondulación que asocié a un pez “lámina”, vertical y transparente, flotando y mostrándose de perfil para que pudiera apreciarlo con más facilidad. Sus límites, si se puede decir que los espíritus los tienen, eran difusos; parecía nadar a tres palmos del suelo y curiosamente y contra toda lógica no era de una pieza. Parecía estar formado por rectángulos sinuosos dispuestos ordenadamente. Siendo todos transparentes, los que se encontraban en los límites superior e inferior así como en la parte posterior, por decirlo de alguna forma,  se hacían más sutiles. No estaban ensamblados, sino que había un tenue espacio entre ellos que lo hacía más grácil y efímero. Seguramente se presentaba dejándose ver proporcional a mi estatura y a las cosas que me eran familiares. No tenía brazos ni piernas ni tampoco cabeza, sin embargo algo equivalente a un ojo me miraba, en la parte que yo identificaba como anterior. Lo observaba mientras por mi mente pasaban de forma atropellada mil preguntas para hacerle.”

Silverio me hablaba con entusiasmo, queriéndome hacer partícipe de aquel momento tan especial.


 “Le pregunté – siguió Silverio – quién era y si tenía algún mensaje para mí – Me sorprendí al hacerle la pregunta. El Ser, seguía flotando sinuoso y al tiempo oí como una voz sin sonido, se expresaba directamente en mi interior.

– “Yo SoY el que traslada las fragancias de las flores, los globos que escapan de los niños, los suspiros de l@s enamorad@s y hasta los apetitosos olores que huyen juguetones de las cocinas. Las nubes y las aves juegan conmigo. Yo SoY el que mece a las plantas y sostiene a los aviones, el que mueve las olas y traslada a los veleros. Yo SoY el que ventila vuestros pulmones y forma los huracanes, el que lleva la música y desata las tormentas de arena. Yo SoY en suma, un estrecho colaborador de la Madre Tierra, que le sirve y le ama y comparte con ella, desde tiempo inmemorial sus bellezas y evolución

Quedé expectante unos segundos que me parecieron eternos. Me atreví a decir, o mejor, a pensar:

– “La anciana me dijo que fuera tu mensajero, pero ¿cómo?, si tu presencia permanente es el mejor mensaje. Continuamente te muestras de mil formas y yo…”

De nuevo la voz sin sonido se expresó en mi interior: - “La mayoría de los humanos se acostumbran a lo cotidiano, de forma que no reconocen ni valoran sus cuerpos, a las otras personas, otros seres y elementos de la naturaleza, con los que continuamente están interactuando. Si fueran más conscientes de sí mismos y de que forman parte del TODO, no contaminarían las aguas, la tierra y a mí mismo, y evitarían que se produjeran grandes reajustes, que para muchos resultan ser catástrofes. Tú, como muchos otros en distintos lugares de la Tierra, has sido respetuoso con la misma y este respeto debe crecer y contagiar a otras personas, de manera que disminuyan las distintas formas de agresión a la Madre Tierra. Disfruta del viento como lo hacías de niño y encuentra formas de extender este respeto”

Mientras lo miraba aun sorprendido, hice un leve movimiento de cabeza, mezcla de asentimiento y reverencia; al tiempo, recibía como contestación a mi gesto una graciosa cabriola y con un torbellino juguetón, el Espíritu del Aire, se difuminó definitivamente.”

Siguieron visitando las otras estancias donde había abanicos, cometas, artilugios voladores, boomerangs, todo tipo de hélices, brújulas, veletas y muchos otros objetos que desconocía.

Mientras iban visitando las distintas estancias, Silverio, le iba contando anécdotas y haciendo comentarios sobre lo que iban viendo: - “Si te fijas – le comentaba sonriente –  mi afición es una curiosa contradicción, lo aéreo, el cambio por antonomasia,  objeto de colección, lo que conlleva fijación, permanencia e incluso obsesión.”. – No entendía muy bien todo lo que me contaba mi anfitrión, pero procuraba no perder palabra.

Al final del pasillo abrió la última puerta, la única que estaba cerrada con llave.  En su centro ponía:

Gracias “EOLO”

Antes de que encendiera la luz me pareció ver pequeños resplandores que

 iluminaban ocasionalmente la estancia. En estanterías, bien ordenados, unos frascos de cristal de unos dos palmos de alto y uno de ancho, … - “¡No podía ser!”- pensé, contenían gran variedad de vientos y en el estante de la derecha, hasta pequeños huracanes y tormentas con sus rayos, de donde salían los momentáneos golpes de luz. Cada uno de ellos tenía el nombre del contenido, rotulado cuidadosamente en la parte superior..

Demasiados nombres y lugares para memorizarlos.

“No es que siempre se presenten como está junto a sus nombres, pero es lo más habitual. Hay casos como el Céfiro que en unos lugares es brisa y en otro es un viento tempestuoso” – me explicaba Silverio. Seguimos hablando un ratito más hasta que me di cuenta que se estaba haciendo tarde. Silverio me dijo que volviera cuando quisiera y que podía traer a mis amigos.

Cuando iba a descender, le hice la última pregunta– “Por cierto, Silverio, ¿qué hace el violín en aquél arbolillo?”

– “¿Sabes qué día es hoy?, 23 de septiembre. Empieza el otoño y por tanto es el día del Elemento Aire. Como homenaje por ser su día, he puesto ahí mi violín para que lo toque al pasar. Luego soplaré mi caracola a los cuatro puntos cardinales”

– “¡En el fondo, es un poeta!” – pensé mientras comenzaba mi segunda manzana.

Ahora procuraría sentir el aire de otra manera. Entendía por qué en ocasiones había notado la caricia del viento y una vez, mientras una fina lluvia empezaba a humedecer el ambiente, me pareció recibir un sutil beso en la mejilla. Estaba siempre a mi lado y dentro mío vivificándome.

– “¡Como se suele presentar de frente…,  no puedo verlo!.”

AÚN NO PODÍA VERLO.

Mientras me alejaba, se extendió por el valle un TUUUUUHHHHH, TUUUUUHHHHH, TUUUUUHHHHH, TUUUUUHHHHH



Comentarios

Entradas más populares

Penita roedora

El árbol de la memoria