La gota viajera - y II

 

La gota viajera II

 

Después de aprender y dominar esa situación, sentíamos que había que explorar nuevos mundos y nos dirigimos a mar abierto con la intención de visitar las profundidades. La fauna fue cambiando conforme bajábamos. De pronto una masa enorme y ondulante se fue abriendo paso en dirección a donde estábamos. Una enorme serpiente, grande como un velero, recorría el lugar observando con una cierta frialdad, todo lo que la rodeaba. Nada tenía que temer, sin embargo su aspecto era imponente, armoniosa en sus movimientos y parecía que acababa de capturar algo, o quizá estaba comiendo. Cuando los detalles quedaron claros por la proximidad pude ver que el interior de su boca estaba ocupado por una cabeza de mujer que a su vez observaba todo y se movía con soltura en su interior.  Formaba parte de ese curioso ser. Calculé que seríamos muchísimas las desplazadas a su paso, pero al mover su columna en curvas verticales, las desplazadas fueron las que estaban encima y debajo de la zona por donde pasaba.

Seguimos profundizando mientras desaparecía la fauna. Pronto descubrimos que lo que disminuía era la luz y no el número de seres y los que por ahí estaban se habían adaptado a la presión con caparazones y formas especiales, con apéndices capaces de percibir sus posibles capturas, con mejores olfatos y hasta con ingeniosos tejidos fosforescentes de mil colores y formas que los diseñadores siderales, habían imaginado para ellos. Llegué a una zona que se hacía más densa. Una especie de limo negro finísimo se había depositado en aquel lugar, dando una impresión un poco angustiosa, fría, triste,… Una compañera que experimentaba la oscuridad desde hacía tiempo me informó que era un depósito de sentimientos humanos bajos, densos, pendientes de ser reciclados. Extraños y viscosos seres se nutrían de esos lodos y al acercarnos se removían diluyendo la concentración en niveles superiores como si fueran manchas de negro de humo que volvían a sedimentarse al retornar la calma.

 Más allá, una extraña y fortísima corriente nos succionó a través de un grueso conducto que nos hizo pasar por una sucesión de  tamices de textura y composición diversa, con bacterias especializadas para depurar todas esas sustancias. Desembocamos en una zona de mar abierto mediante un manantial, al lado de otras surgencias de agua limpia y transparente. Habían sido depuradas de contaminaciones químicas,  radiactivas o de otros tipos.

Regresamos de nuevo a la superficie.

En la lejanía unos promontorios cubiertos de vegetación anunciaban nuevas posibilidades y retos. Sin embargo en lugar de encontrar acantilados escarpados y costas abruptas, una sucesión de playas arqueadas de arenas finísimas y blanquecinas ponían en contacto la masa de agua con las bases de sus faldas.

Frente a una de ellas especialmente ancha, tropezamos con unas rosas blancas. Flotaban, al tiempo que se distanciaban suavemente. Un grupo de personas las ofrecían para honrar a IEMANJÁ al comenzar el nuevo año. Los protagonistas absortos en sus cantos  y oraciones estaban ajenos a la hermosa presencia que recibía con agrado este donativo. Sobre las aguas una Dama de largos cabellos morenos, irradiaba una luz firme aunque no cegadora de tonos rosados. Su vestido de un azul celeste claro y radiante, se mecía con suavidad. Retazos de tul finísimo con adornos de nácar y coral se repartían entre las estrellitas intermitentes que adornaban su silueta majestuosa. La cara, beatífica, tenía una expresión amorosa y maternal mientras observaba a los oferentes, que embebidos en su quehacer, no reparaban en la Señora de su devoción. Un dulce y sinuoso cantar de un coro de sirenas envolvía el ambiente con suaves melodías. Mientras los Ángeles del Agua  rociaban a los devotos con elixires de aguamarina, sin olvidar a un conjunto de bebés, que apartados de la orilla habían dejado de jugar con la arena, para observar sonrientes la totalidad de la escena.

Elegimos una zona calma para reposar y asimilar los últimos episodios. Una gota con la que habíamos coincidido en alguna aventura se dirigió a un grupito que 

comentábamos en un aparte: –“Tengo un mensaje para vosotras” – nos dijo – “Neptuno me envía para comunicaros algo. Venís viajando juntas desde hace tiempo, según creéis. Períodos en forma de vapor y otros, materializadas en forma de agua, acumulando experiencias, conociendo facetas de este planeta, colaborando con sus distintas formas de vida. Vuestro viaje está ya al margen del tiempo; llegasteis a este planeta azul mediante un cometa que se acercó demasiado a su órbita y fue atraído por él. Ya habíais estado en otras estrellas, en otros sistemas solares y encontrasteis la forma de trasladaros de unos a otros. Estáis aquí para experimentar, para aprender, pero también para SERVIR. Sirviendo es como más os enriquecéis, dando a las otras gotas vuestro apoyo y conocimiento el universo os devuelve no sólo gratitud, sino también oportunidades, ayuda en los nuevos retos, sabiduría y lo más importante os integráis de lleno en la GRAN OBRA siendo cocreadoras con EL CREADOR”.

No teníamos nada que decir. Sólo agradecer a la compañera su papel de mensajera y mandarle nuestro amor agradecido a Neptuno desde lo más profundo de nuestro ser por mandarnos su mensaje, a nosotras, unas humildes gotas, que el único mérito que teníamos era quizá unas moléculas más de atrevimiento, eso sí, mantenido a lo largo de ciclos y ciclos. 

Álvaro     

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