En el lamasterio
En el lamasterio
Llevaban escasos días entre
nosotros. Un familiar trajo a los dos hermanos de una lejana aldea de las
montañas pidiendo fueran acogidos en este lugar. Sus hermanos, a raíz de quedar
huérfanos, habían sido repartidos entre distintos tíos. A él, Tulku, de siete
años y su hermano Chagdud de nueve, los
habían asignado a nuestro monasterio. Era habitual entre los campesinos que
alguno de sus hijos apendiera bajo la tutela de los lamas. La mayoría de ellos apreciaban
a los monjes y aspiraban a tener un hijo entre ellos, donde recibiría formación
y quizá un día dirigiría su propio centro religioso. En algunos casos una prole
abundante, unida a la escasez de recursos influía más en estas incorporaciones
que la misma vocación.
El lama me encargó los tutelara
aunque iban a estar en el grupo de los pequeños que dirigía un joven monje. Con
respecto a ellos mi papel era observarlos de momento y con el tiempo, dirigir
su formación espiritual.
Les fue bien a los hermanos que
los aceptaran en nuestro monasterio y que no los separaran. Se arropaban entre
sí. Desde el punto de vista de mi misión era el pequeño Tulku el que tenía para
mí más interés y el que intuía que llegaría más lejos. Estudiando sus cartas
astrales la de Chagdud contenía muchos aspectos favorables, seguramente por
haber trabajado arduamente en sus vidas anteriores. La de su hermano estaba
llena de aspectos duros, que lo irían modelando, puliendo, a lo largo de su
recorrido, hasta que brillara con gran fulgor el diamante que en realidad era.
El joven monje que llevaba ese grupo de aspirantes jovencitos, me informaba semanalmente de su comportamiento, de las ventajas e inconvenientes que los alumnos encontraban. Me decía: - “Tulku, es tímido, obediente en apariencia, pero no se esfuerza en realizar las tareas o las hace superficialmente. Imaginativo, se pierde en sus divagaciones y a menudo se evade del mundo con facilidad. Le gusta mucho el ejercicio al aire libre”. Yo, le sugería:-“Ponle un poco más de tarea de lectura y escritura y si sus otras labores de limpieza o servicio no están bien hechas, que las repita”. Me contestaba:-”Pobre, es tan pequeño”.
Tuvieron que pasar dos años
para que Tulku asumiera que había que hacer bien las tareas, pues su lado
pragmático le hacía ver que las sanciones le recortaban el tiempo de disfrutar
de los juegos con sus compañeros. Había hablado con él en alguna ocasión. Me
hacía el encontradizo o aparecía por los lugares que le tocaba limpiar. La
primera vez, que hablamos mientras barría el lugar de estudio, no acabó de
hacerlo con la excusa de que yo le había entretenido. La siguiente vez que
aparecí por el lugar, escuchaba atentamente y contestaba sin dejar de barrer.
En realidad era cabezota pero estaba aprendiendo a fluir con las situaciones.
Su relación con la meditación,
resultó otra lucha. Dedicaba su tiempo a rememorar su hogar o a volar con su
mente e imaginar historias, en lugar de pararla. Al principio le dejábamos,
pero su mente se volvía en ocasiones tan alborotada que había que dar un toque
a algún cuenco o campanita, para que volviera a centrarse mínimamente. No era
el único al que le pasaba, pero su caso era el más notable.
Nuestra relación, aunque ocasional,
fue acercándonos y poco a poco se estableció una cierta confianza. Estaba
entrando en la pubertad y su cuerpo estaba cambiando. Las hormonas desbocadas,
o mejor dicho sus efectos, le producían inquietud y hasta un cierto
desasosiego. No sabía qué le pasaba. No venía a contarme ni a preguntar, pero
yo notaba su desazón y alguna noche aparecía en su sueño para resolver su
inquietud. En los días próximos me buscaba y me venía a contar la pequeña
historia que había soñado conmigo.
Cuando empezó la fase de
ejercicios y aprendizaje de las arte marciales, fue cuando empezó a centrar su
atención en los movimientos, en los puntos exactos que debía tocar o eludir.
Curiosamente su mente se fue tranquilizando. Las meditaciones comenzaron a
estar dentro de los cauces esperados. Ocasionalmente el monje que dirigía los
mantrams de comienzo y fin de la misma tenía que ayudar a centrarse a alguno y
lo hacía de forma sutil. Tulku me decía cuando nos veíamos:-“Estaba distraído
con los ojos cerrados y algo me tiró del manto”. “Hay muchas formas de
comunicación sin palabras. Cuando vayas progresando aprenderás a hacerlo”- Le
contestaba.
Un día igual que me contaba los
sueños, vino todo atribulado porque en una meditación se había visto haciendo
cosas terribles en una vida anterior. Le dije:-“Hemos sido hombres y mujeres,
buenos y malos, dirigentes y subordinados, viviendo en distintas culturas. Esta
información te llega para que la ilumines, para que la integres. Esto te
ayudará a ser humilde, pues muchos errores hemos cometido y es de los mismos de
donde más debemos aprender”.
Conforme prosperaba en el
dominio de sus movimientos, el manejo del arco, de las habilidades en la lucha
cuerpo a cuerpo, fue creciendo su presunción. De no estar en el monasterio habría
sido el gallo retador que hay en algunos lugares, pero el ambiente no llevaba a
eso. Un día le pregunté cómo iba con esa actividad. Enseguida se puso a hablar
de sus logros, de que no le ganaba ninguno de sus compañeros, de que esperaba
ser el mejor del monasterio. De pronto le dije:-“Atácame”. Se quedó perplejo
–“Pero maestro…”. De nuevo con tono suave e imperativo:-“Atácame”. Me miró fijo
a los ojos y avanzó un tanto cohibido. Lanzó un golpe con su mano con miedo de hacerme
daño. Se vio de pronto en el suelo, desconcertado. – “Atácame como si fuera un
compañero al que quieres vencer en la prueba final”- Vino más decidido. Rodó de
nuevo. Se levantó un tanto iracundo y embistió otra vez, para volver a caer.
Una y otra vez lo intentaba y era repelido o desplazado. Sudaba y me veía de
pie, con buen porte, como cuando paseaba suavemente por los pasillos. Insistía.
Su amor propio estaba herido, hasta que comprendió que no podría derribarme,
menos aún ganarme. Se retiró mohíno. Unos días después vino a verme para
decirme:-“He entendido”
Estaba contento y agradecido al
lama de que me hubiera encomendado esta tarea. Tulku, estaba empezando a
brillar. Había que seguir puliéndolo pero íbamos por buen camino.
Álvaro
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