El bosque parlante

 

El bosque parlante

Caminaba por aquella pequeña meseta rodeada de bosque con la intención de penetrar entre los árboles y recolectar setas. A lo lejos y entre ellos, parecían producirse pequeños destellos que se iban moviendo  a cierta altura de forma ondulante.  Cuando aún no había salido de la espesura percibí una silueta extraña. Me pareció que alguien andaba sobre zancos y en su cabeza unas zarzas que chisporroteaban. Pensé que era algún inconsciente, pues aunque el ambiente estaba más bien húmedo, al bosque y el fuego es mejor mantenerlos distantes.

Al salir al claro observé con sorpresa a un hombre larguirucho de unos 2 metros y medio o algo más, con una especie de turbante y un paño de un amarillo llamativo. Enredado en las vueltas del pelo, luces de colores se encendían y apagaban de forma aleatoria. Avanzaba de forma desmadejada por la senda que confluía con el camino. La impresión que me causó es que o trabajaba en un circo o era un loco. No sé por qué hemos de tildar de locos a cualquiera que no coincida con los esquemas mentales que tenemos, pero suele suceder. Su ropa escasa y maltrecha aunque limpia me hizo asociarlo con un oriental despistado. Una prenda parecida a un chaleco verde descolorido por el sol y el tiempo, cubría escasamente su tórax moreno y huesudo. Su pantalón claro le quedaba por la rodilla, caminaba descalzo con unos pies anchos, grandes, apropiados para mover ese cuerpo tan alto.

Dicen que la curiosidad mató al gato, pero yo estoy agradecido a la que tengo, no sé si heredada o desarrollada ya que me ha proporcionado más alegrías que problemas. Me inducía a acercarme a este personaje pues mi intuición me decía que no había peligro. Llegué cerca de él para observar detalles nuevos.

De edad indefinida pero más bien maduro, de tez tostada y fresca; sus dientes
luminosos aparecieron tras una sonrisa amigable. Como entendió que quería hablar con él tuvo la deferencia de sentarse para que su cabeza quedara a una altura que facilitara la conexión visual. Adoptó una postura que me hizo pensar en un yogui. Su mirada limpia y profunda  se enmarcaba entre unas cejas pobladas y unos pómulos prominentes. Enseguida le pregunté que de dónde era, si se había perdido y porqué andaba por el bosque con tan poca ropa con ese tocado colorido y luminoso. Entonces su sonrisa se hizo más manifiesta ante la avalancha de preguntas que intuía después de esta primera andanada.

“No me he perdido, no soy de lejos ni trabajo en un circo, aunque mi aspecto parezca oriental, vivo en este bosque ya que es mío”

Debí poner cara de asombro al tiempo que le decía: - “Pensaba que era del estado”. Sonrió de nuevo añadiendo: - “¿El estado?, ¿quién es el estado?, ¿es alguien de por aquí?, porque llevo mucho tiempo y ya había oído en algún momento que alguien piensa que este bosque es suyo”.

“Vengo a menudo. Muchas veces lo atravieso caminando, sólo por el placer de estar cerca de los árboles y los pájaros”. – le dije.

“Te observo cuando pasas, como lo hago con todos. Hay muchos que pasan sin ver, sin sentir. Les daría igual atravesarlo si el camino estuviera encajonado entre paredes rocosas, en lugar de árboles y plantas.

-         “¿Sabes?, – continué – el pasear por los montes me lleva a asociaciones e ideas curiosas. En una ocasión, después de una noche lluviosa de primavera, el sol parecía apoyarse en la ladera atravesando con sus rayos ramas y vapores. Creó un efecto visual similar al que se produce en una catedral cuando atraviesan las cristaleras coloridas mientras suben las volutas de incienso. Hizo que me sintiera en la catedral más bonita que esta montaña y su bosque habían improvisado para mí”.

Me pareció ser atravesado por su mirada mientras sonreía abiertamente.

Seguí bombardeándole con preguntas y más preguntas, que respondía de forma más bien escueta. “No era hombre de muchas palabras - pensaba en mi interior – será por vivir en soledad”

Me encontraba a gusto pues su energía era tranquila y receptiva, casi diría sanadora, por lo que fui hablándole de algunas inquietudes y frustraciones que no sabía con quien compartir. De vez en cuando asentía con la cabeza o simplemente me miraba. Acabé mi perorata diciendo: - “Me hago consciente de todo lo que no quiero vivir”.

Por fin dijo: - “Deja que el fuego acabe de quemar todo lo que ya no quieres, todo lo que ya no eres. Descubre tu verdad interior. Despierta la sabiduría del corazón, hay una nueva claridad, un nuevo entendimiento de la vida. Tu camino no es corto, empieza fuerte con la espada de la verdad, cortando las mentiras. Es la energía que emanas, la de un faro, la de un águila, que empieza a ver todo. Nunca encajaste en el mundo y ahora todo lo que sea duda, miedo, incertidumbre, debe desaparecer.

No temas las críticas ni a los enemigos; generarás un tornado que llevará de tu alrededor todas las energías externas que te son enviadas equivocadamente por personas que intentan desequilibrarte. Esas energías al no encontrar su objetivo vuelven al origen desequilibrando cada vez más a la persona que las envió.

Aquello que estás haciendo debe hacerse con prudencia. No dirijas tu energía a algo particular, sino que la energía vaya a donde deba ir. Será el inicio de un camino dirigido por el amor. Lo que piensas, en lo que te enfocas es a lo que le das fuerza, por tanto no le des fuerza al pasado, enfócate en el presente y en tus proyectos. Los recuerdos hay que soltarlos.

No te preocupes de lo que los demás digan de ti. Lo que tú dices, lo que haces, lo que das al mundo eso es lo que habla de ti. El modo en que la gente responde, eso habla de ellos. Sigue siendo como eres, sigue con tu luz.

La luz siempre es más fuerte que la oscuridad, y eso no lo entienden las personas que están en lo oscuro hasta que sanan lo que les llevó a donde están.”

Escuchaba muy atento todas estas apreciaciones y consejos, esperando que no se me olvidaran pues las veía muy acertadas y valiosas.

Deshizo su postura para incorporarse dándome la impresión de que al hacerlo se pudiera desarticular por algún lado.  Lo hizo con naturalidad y una cierta parsimonia.

“Por cierto ¿en qué parte del bosque vives?, ¿te puedo visitar otro día?, ¿cuál es tu nombre?”

“Puedes visitarme, siempre me dejo ver pero no siempre bajo esta forma. Mi nombre es el del monte que me soporta. YO SOY EL BOSQUE”.

Con zancadas ligeras se aproximó a los árboles y en un momento dejaron de llamar la atención su atuendo colorido y las luces intermitentes para mimetizarse con el entorno. Un aroma a rosas delicado y sutil quedó en el ambiente.

Mirando absorto en la dirección que había tomado, caí en la cuenta de que tanta sabiduría tenía que ser de alguien especial y comprendí que no había estado hablando con una persona, sino con un espíritu, el ESPÍRITU DE ESTE BOSQUE.

     Álvaro

Gracias a Mistic y Gaby.

La imagen procede de : https://bakersaim.com/nepali-sahdu

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