El becario

 

El becario

Nos encarga la jefa de redacción hagamos un reportaje cuyo tema  central sea el amor.

Reflexionaba Santiago Limón delante de su mesa, sin saber muy bien cómo abordar este reto.

Se había incorporado como becario a la redacción del periódico de aquella capital de provincia. Las misiones que en las últimas semanas le habían encomendado, no sabía si calificarlas de nimiedades, emplumes o directamente marrones. Las noticias trascendentes, no las cubría él, desde luego. Lo mandaban a entrevistar al entrenador del equipo local, a cubrir el pequeño accidente del cruce de siempre o los problemas tontos que surgían en los barrios.

Por fin un tema importante, universal diría, con el que podría lucirse. Su ego bien arropado de ímpetu juvenil, le indujo a elaborar un cuestionario con muchas preguntas. Descartó el hacer encuestas pues tendría que invertir demasiado tiempo y energía para recoger opiniones y datos, que tendría que agrupar y analizar.

Empezaría visitando distintos ambientes.

Comenzó entrevistando a adolescentes del instituto que tenía unas manzanas más abajo del periódico. Tuvo que reducir el número de preguntas. No tenían tiempo para semejantes tonterías. El móvil absorbía su atención y tiempo libre. Por otra parte, con sus hormonas en efervescencia, el amor era físico o cosa de novelas. Ellas, en general se inclinaban más al amor romántico.

Decidió cambiar de ámbito y modificar la forma de conseguir opiniones.

Fue al Hogar del Jubilado, con las preguntas en la mente, intentando simplemente entablar conversación. La excusa que usaba, era que quería averiguar cómo se encontraban de salud los mayores de la localidad.  Discretamente llevaba una grabadora en el bolsillo.

Le hablaban de los achaques, de las operaciones, de mil temas. Cuando conseguía centrar el tema, se desviaban a hablar de sus hijos y sobre todo de sus nietos.

Estaba empezando a sentir el peso de la frustración. Casi entendía que le hubieran mandado a hacer las prácticas a aquel lugar. Pensaba que con lo que estaba consiguiendo difícilmente podría elaborar ningún tipo de trabajo.

Caminaba cabizbajo por una calle dando vueltas al tema. Se sentó en una terraza dispuesto a tomar algo. Quizá debía replantearse las cosas. Lo más prudente sería preguntar a las personas, si estaban enamoradas o cómo se habían conocido. Improvisaría. Esperaba que tirando de estos hilos, le hablarían de su concepto de amor, de sus vivencias. Nada congruente.

Probó en un supermercado, luego a otro, esta vez con la grabadora en la mano que parecía algo más oficial. Nada, que no había quien contestara a sus preguntas. Para colmo, algún – “A ti qué te importa”, “Tú, ¿qué te has creído” y frases por el estilo estaban poniendo a Santiago a punto de tirar la toalla.

Fue a pasear. Se sentó en un banco dispuesto a comprobar si con el poco material que tenía se podía construir un relato, un pequeño ensayo, algo que tuviera una cierta coherencia, pero sobre todo que tuviera contenido. No lo veía nada claro. 

Estaba tan embebido y preocupado que se sobresaltó al oir: -“ ¿Qué, problemas con la novia?”.

En el mismo banco una señora había ocupado el otro extremo  y estaba haciendo punto con dos largas agujas. Iba combinando hilos de lana de varios colores que salían de un bolso situado a sus pies.

Aquella señora de aspecto tranquilo, de tez limpia, tersa, suavemente morena, bien peinado su cabello blanco, tranquilizó a Santiago. Era como si se hubiera presentado una amiga de su abuela, de esas tan interesantes con las que ella se reunía cuando niño.

Casi expontáneamente le empezó a contar su situación, sus dificultades, no para desarrollar el tema, sino para empezarlo.

La improvisada amistad como si hubiera percibido las necesidades emocionales de su interlocutor, le comenzó a hablar como si fuera su nieto. Sobre lo que pensaba, sobre lo que había vivido. Le habló de aquel músico que conoció de jovencita que le partió el corazón. Del amor, en abstracto, que todo lo mueve, que todo los sostiene. De cuando conoció al que sería su marido, de lo bien que se lo pasaban. Del buen humor con el que conseguía impregnar todas las situaciones. De los desencuentros con su hija, que los alejó de su vida. De aquella pintada que vieron paseando al lado de un río con la que se identificaron de lleno: “Somos mayores, pero nos queremos como niños”.

Hablaba, como quien cuenta una película, con bastante entusiasmo, pero sobre todo con serenidad. A ella, la película de su vida le había gustado.

De pronto, la señora se hizo consciente de la hora. –“Tengo que irme, se hace tarde. Los horarios en mi residencia son algo rígidos”.

Santiago le pidió permiso para darle un beso, como si hubiera sido familia. Ella le contestó: -“Claro que sí. Los besos mueven energías sutiles que rejuvenecen”. Se rozaron apenas las mejillas.

Estaba contentísimo, por fin tenía material para su trabajo, pero sobre todo tenía un compendio de enseñanzas que le serían muy útiles en su vida.

Marchó a la redacción dispuesto a copiarlo todo, cuando cayó en la cuenta con desesperación que no había activado la grabadora.

La serenidad que le había contagiado la señora hizo que se reanimara. Seguro que recordaría un alto porcentaje de lo escuchado.

Álvaro

Foto extraída de la página: “ https://es.dreamstime.com/photos-images/entrevistador.html”


Comentarios

Publicar un comentario

Gracias por visitar este sitio y comentar.

Entradas más populares

Penita roedora

El árbol de la memoria