ConT - La senda - Fundidos

 

Casi Todo tiene T

Tenían Toribio y Teresa trece descendientes habitando la torre junto al torrente. Cultivaban un huerto alto frente al puente. Entre frutales y hortalizas nutrían escasamente los estómagos del matrimonio y sus vástagos. Unas cabritas aportaban complementos lácteos a su limitada alimentación. Marité, la primogénita tenía veintitrés otoños, trabajaba temporalmente en el hotel de la carretera atendiendo las habitaciones de los clientes y el teléfono de la puerta. Su aporte complementaba la entrada de capital mientras estuviera soltera. Bito, el siguiente estaba paralítico de una poliomielitis infantil. El tercero pastoreaba en las montañas. Un tanto tarambana gastaba en tascas y apuestas los estipendios del patrón. Tardes enteras de martes, Tomás, Matilde y Toño, tocaban instrumentos entreteniendo a los otros siete. Tenían actividades de entretenimiento y otras que les capacitaran a futuros trabajos. En contra de lo previsto el ambiente doméstico estaba tremendamente estable, todavía con las entradas tan recortadas.

Álvaro


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La Senda

Estaba enamorado de esa senda. La paseaba con sus niños, la enseñaba a sus amistades, la disfrutaba en solitario algunas mañanas. Un día fresquito y luminoso la senda le regaló una piedra. Tenía forma de corazón.

Álvaro

Fundidos

Ya nos fundió la lava sagrada en lo alto del volcán. La nieve blanqueó las impurezas mientras nos solidificábamos de nuevo y el agua en que se convirtió se llevó las últimas cenizas para renacer al nuevo tiempo.

Tiempo para la nueva humanidad que nacerá, ¿qué digo?, que nació, que siempre estuvo aquí siendo una con la Madre Tierra aunque muchos lo olvidáramos en algunas vidas, en algunos años, en algunos momentos.

Álvaro

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