Conexión con las estrellas

 

Conexión con las estrellas

Formaba parte de una camada de cuatro hermanos, dos hembras y dos machos que nuestra madre nutría con dedicación. Mi mundo se reducía a ese pequeño conjunto de cinco seres que la prudencia de nuestra madre mantenía un poco aislado. Búfalos, hienas, además de posibles machos ajenos a la manada principal, entre otros potenciales enemigos podrían poner en peligro nuestra supervivencia. Esta fase temprana estuvo dominada por los temores compartidos cuando estábamos solos y los periodos de acompañamiento de nuestra madre, en los que mamábamos, sesteábamos o comenzaban nuestros primeros juegos.

La vida de la que no éramos conscientes no fue muy amable con nosotros. Pronto viviríamos el primer susto que por suerte quedó en eso; una hiena errante o exploradora nos olisqueó y tuvimos que protegernos en la parte central de aquel arbusto espinoso que nos servía de refugio temporal. El contacto con los hermanos, disminuía el terror que las fauces próximas nos producían. Aunque el peligro cesó tan pronto como la buscadora comprendió que no lo iba a conseguir en esta ocasión, seguimos amedrentados hasta que apareció nuestra madre. Las huellas y el olor le indujeron a movernos a otro emplazamiento.

Se producían situaciones de peligro que pudimos ir eludiendo. De pronto una tragedia de la que no fuimos conscientes al principio, hizo que nuestro futuro se volviera incierto de un día para otro. Nuestra madre, que era la dominante en la manada y con gran experiencia en conseguir alimento para todos, volvió un día con la mandíbula rota. Se quedaba con nosotros y otros primos que habían nacido un par de meses antes. Fue perdiendo peso y pronto sus mamas dejaron de alimentarnos. Provisionalmente dos tías compartían sus recursos entre sus cachorros y nosotros. También empezamos a adelgazar y eso nos inclinó a seguir a los otros cachorros mayores que empezaban a acudir cada vez que se conseguía una nueva presa. En estas idas y venidas perdimos a un hermano y luego a otra hembra. Pronto sería el único superviviente de aquella camada.

Con innúmeras dificultades fui creciendo, sólo a fuerza de disputar cada bocado, haciéndome un adolescente no muy fuerte pero sí ágil y avispado. Los parientes de edades próximas mejor situados en la pirámide familiar, se unían para aislarme y no me dejaban participar en sus juegos. Esa actitud se volvía contra ellos, pues yo permanecía más atento a cada salida de las madres y al comportamiento de los machos adultos. Cuando ya habían cobrado pieza las leonas, los machos dominantes se abalanzaban imponiendo su jerarquía y su fuerza y yo siguiendo su estela sacaba algún rédito de esos momentos de confusión.

Mi cuerpo maduraba suavemente, detalle que no pasaba desapercibido para los adultos. De forma inesperada y violenta me hicieron comprender que tenía que buscar nuevos horizontes.

Si resultaba difícil hasta entonces, los peligros se multiplicaron. Al salir de los límites de la que hasta entonces había sido mi familia, descubrí con gran pesar que el terreno no estaba disponible. Notaba el olor potente de otro macho en matojos y árboles y pronto el encuentro fortuito con dos hermanos poderosos, me hizo comprender que no podía quedarme en esa zona. Fui desplazándome y buscando dónde establecerme mientras comía alguna carroña o conseguía algún pequeño cervatillo o algún pájaro herido por la llanura. La vegetación cada vez más escasa me hizo comprender que era ya zona con pocos recursos y con pocos animales. Yo tenía menos presión pero la comida era más difícil de conseguir.

Si pasaban elefantes, siempre iban con las crías bien protegidas. Las gacelas las veía a lo lejos en zonas de pasto y los herbívoros grandes y solitarios eran difíciles para mí. Un árbol seco y solitario situado entre un promontorio y un minúsculo manantial de intermitentes y escasos recursos se convirtió en mi hogar por el momento. Los leones de manada sestean casi todo el día, pero en mi caso tenía que andar de aquí para allá y solo comía si la suerte me acompañaba.

Fui aprendiendo a estar sólo, a observar y cavilar.

Comprendí que ese sol abrasador por momentos, aunque vivificante, era la expresión externa de lo que tenía dentro y que la fuerza que me brindaba debía encauzarla, manifestarla. Veía las estrellas en las noches frías y descubrí entre ellas un grupo que se asemejaba a mi figura. Comencé a comprender que ya que no pertenecía a ningún grupo, no por eso estaba abandonado en el universo. Ahí estaba la esencia de mi especie, mi conexión, ahí la síntesis de mí mismo. Como los días de ayuno eran más numerosos que los de pitanza, aprovechaba esas largas horas de vagar en busca de comida para entender mi destino. Mis tripas se quejaban con estruendo y yo intentaba acallarlas conectándome con la imagen grabada en mi memoria. Curiosamente cuanto más ayuno, más conexión y ésta me traía ideas, proyectos y comprensiones.

De cuando en cuando me aventuraba en zonas más frondosas, para regresar con prontitud a mi árido feudo. Mi pelaje había ido aclarándose y los tonos amarillos que recordaba de cachorro, se habían tornado blancos, incluso habiendo desaparecido algún mechón marrón de mi pubertad. Quizá las arenas blancas o el sol intenso habían contribuido a este cambio. Este tono me favorecía en este entorno tan hostil, mas se volvía en mi contra cuando me alejaba. Otro detalle que notaba es que si topaba con machos errantes, se sentían intimidados y si era con manadas, tendían a evitarme o a hacerme notar que no era bienvenido.

Cuando empecé a entender, me di cuenta de que lo que veía, lo que vivía, era una proyección de mi propia conciencia, por tanto hice salir de mi corazón todo lo que deseaba, primero con dificultad y poco a poco con más fluidez; fui manifestando. Uno piensa primero en lo material, comida, agua, … pero pronto comprendí que sin despreciar las cosas que nos mantienen vivos, eran cosas más sutiles las que luego se transformaban en materiales. Me permití manifestar armonía y se fue armonizando mi cuerpo, el paisaje se trasformó y comencé a encontrar otros de mi especie que vibraban en armonía. Manifesté vida y encontré pareja que me ayudó a crear vida.  Por fin manifesté prosperidad y mi manada se convirtió en la más numerosa y próspera de aquellas llanuras.

Entonces en una de esas noches limpia y estrellada en que la sabana está calma, subí a mi roca preferida para lanzar un potente rugido que rodó sobre los pastos rebotando en acacias y baobabs. Su finalidad no era inquietar y menos estremecer a los menos templados sino expresar la fuerza, el vigor, la realeza que a través mío manifestaba aquel grupo de estrellas animándome, inspirándome.

          Álvaro

Comentarios

Entradas más populares

Bloqueos

Jesús Quintero . El Loco de la Colina

Polaridad