Se restauran antigüedades
El
deseo de curiosear en cada uno de los puestos y establecimientos de aquella
feria le había traído a este lugar. La persona, no muy joven vio el letrero,
que generó una idea esperanzada aunque un poco loca.
En
una casa de fachada de piedra desigual pero bien enfoscada se apoyaba aquel
puesto de antigüedades. Una pareja de jóvenes de tez morena y cabellos lisos negro-azabache
atendían con diligencia a los clientes y curiosos. En el mostrador herrajes,
medidas de madera para grano, vasijas y mil útiles que el tiempo había hecho
caer en desuso, llenaban con profusión los mostradores. Justo al lado de los
mismos la puerta abierta de la casa tenía una cortina que dificultaba la
entrada de las moscas e impedía ver el interior. En una silleta de anea un
anciano fumaba un purito delgado. Tocado con un sombrero de paja de ala corta, parecía
una antigüedad más. Entre sus piernas un bastón con adornos y flecos de cuero
se apoyaba en la mano contraria a la del purito. A pesar del ojo entrecerrado
por el humo y su postura hierática, no se le escapaba nada.
El
cliente potencial se acercó al joven.
Cliente: -“¡Hola!, venía por lo
del anuncio”
Restaurador: -“Muy bien, ¿qué quiere
restaurar, muebles, joyas, retratos familiares o algún útil doméstico?
C.: - “Primero querría que
me hiciera un presupuesto y saber la forma de pago”
R.: - “El pago es lo más
sencillo, pues admitimos todas las posibilidades: metálico, tarjeta bancaria,
transferencia, incluso supongamos que tiene usted una fábrica de chorizos, le
admitimos el pago en chorizos. Lógicamente tenemos que saber en qué vamos a
trabajar y cómo lo quiere terminado para poder presupuestarlo”.
C.: “El caso es que es algo
especial, no sé si serán capaces de trabajarlo”
R.: Un poco mosca por el
comentario, - “Soy la tercera generación en el negocio, si algo no puedo
reparar, seguro que mi padre acabará resolviéndolo y en última instancia
podemos consultar al abuelo. Diga qué hay que reparar”.
C. Haciéndole un gesto
para que se acercara: - “Querría restaurar mi maltrecho corazón”
R. Primero con sorpresa y
luego con decisión alzando la voz: -“¡Válgame!, oiga, que nosotros somos gente
seria”
Las
personas de alrededor se giraron hacia ellos.
El
joven percibió un gesto casi imperceptible del anciano y le dijo en tono más
suave: - “Venga con mi güelo”.
R. Dirigiéndose al
anciano: - “Lolo, creo que este payo necesita su consejo”.
El
abuelo se incorporó con parsimonia y con gesto suave apartó la tela para pasar
al interior invitándolo a entrar. El cliente lo siguió encontrándose ambos en
un espacio en penumbra. Al encender una lámpara sobre una mesa amplia y sólida
descubrió una sala con muebles adornados con tallas de escenas quijotescas. En
una pared un mapa antiguo y en un mueble estantería, libros gruesos alguno de
ellos forrado de piel. El anciano se sentó tras la mesa y sugirió que el
visitante ocupara otra silla frente a él.
Abuelo: - “¿Qué le ha dicho a
mi nieto? que lo ha alterado.
Cliente: - “Que si podía
restaurar mi corazón”.
A.: “Mi nieto es impulsivo,
es normal que se altere pues sólo piensa en cosas sólidas, antiguas”.
El
anciano, parecía culto, tenía buena dicción, buen vocabulario y sobre todo
sabiduría de esa que no sólo se adquiere en los libros, sino en la vida,
después de muchos tratos, muchas conversaciones, muchos problemas que le habían
curtido.
El
cliente le contó de amores y desamores, de celos, envidias, problemas de
herencias, …
A.: - “Yo no te voy a
solucionar nada, es uno mismo el que supera sus limitaciones, trabaja sus
sombras. Tienes que aprender a perdonar,
soltar el pasado, a enfocarte en ti mismo, acepta las heridas.
Trabaja
tu amor propio y todo comenzará a equilibrarse, tu corazón irá sanando todas
esas heridas que tienes. Las envidias y celos que puedan surgir alrededor, no
te afectarán.
Además
temas como rabias y resentimientos son cosas del ego. Hay que trabajarlo,
equilibrarlo”.
Siguieron
conversando un buen rato.
Cliente: - “Esta conversación me
ha confortado y dado la tranquilidad que estaba buscando, muchas gracias”. No
le pareció oportuno preguntar si debía algo. Deslizó un par de billetes debajo
del cenicero – “Para que se compre algún purito de esos que le gustan”
El
anciano esbozó una sonrisa discreta mientras apagaba la lámpara disponiéndose
ambos a abandonar la estancia.
Álvaro
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