23 - II. SILENCIO Pero no pude escuchar la oscilación de los labios callados, el eco de la palabra ausente, la voz del corazón expandiéndose, respondiendo al grito omitido del amor o del deseo. Y arrojé con furia la vasija enmudecida, luché contra el pétreo mutismo a cuerpo descubierto, sin coraza ni armadura, sola en medio del páramo, sin cobijos, sin parapetos, con un audaz escudo de palabras desnudas inventando un lenguaje arraigado en la herida, escrito sobre tu piel con signos encabritados, señas temerarias, gestos ineludibles, emblemas virtuales anudándose a tus secretos. Sentí mis palabras como golpes secos, solidificándose, cayendo una sobre otra, vulnerando tu sigilo, levantando una muralla impenetrable que nos hizo ajenos al gran estruendo exterior, trenzando una cuerda infinita de cuyos lazos no pudimos desatarnos, que nos unió juntos a lo nunca expreso, y nos dejó ocultos en el Gran Silencio...